18.3.09

Nuestra tierra según un tipo en el siglo XIX



"Vi la Nueva Granada por primera vez el 21 de agosto de 1852. Esta es una fecha segura, amable lector, recuérdala bien, ya que en el resto del libro posiblemente no mencionaré otra. No había llegado el sol al horizonte ni estaba todavía el cielo cubierto de nubes, cuando el capitán anunció tierra firme. No le creí y salí a confirmar una vez más la extraña realidad de que algunos mienten por mentir, cuando la verdad serviría igualmente bien a sus propósitos.

Dudé de mis ojos tanto como de las palabras del capitán, al contemplar el espectáculo que se me presentaba. Una densa masa de blanquísimas nubes amontonadas al sur, unas encima de otras, teñidas de un delicado color rosa, donde quiera que los rayos del sol, todavía oculto para nosotros, las alcanzaban, mientras en hondos vacíos circundantes reinaba todavía la oscuridad de la noche. Busco una nube sin base en la tierra, un promontorio imaginario que desmienta las palabras del capitán, pero no puedo encontrar ninguno y entonces empiezo a creer en su veracidad.

En verdad, es posible que haya tierra a la vista. Indudablemente la veríamos si el horizonte no estuviera nublado, algo que no se puede esperar nunca en el trópico. Dicen que a cincuenta o cien millas de la costa las montañas se elevan a alturas de 24.000 pies y que naturalmente están cubiertas de nieves perpetuas, pero ¿qué relación tiene esto con la escena sobrenatural que tengo frente a mis ojos? Si lo que veo son solamente nubes, entonces es la salida del sol más sublime que haya contemplado jamás; y si es tierra firme, el mismo Homero no se habría atrevido a crear semejante Olimpo para sus dioses".

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